Cada año escribo una retrospectiva de los meses que han pasado para recordar lecciones, verlo todo desde otro punto de vista y procesar lo que haya quedado pendiente. Esta es la primera parte de tres.
Enero
Enero fue un mes espeluznante para mí.
Como que quería que fuera un nuevo comienzo pero todavía traía mucha de la “vibra” del 2018. (Y, como dije en alguna otra entrada, sé que no soy la única a la que le pareció un año extremadamente intenso).
En el trabajo, por un montón de razones que no quiero recordar, hubo que quedarse 12 horas al día durante dos semanas. Es (y fue) demasiado.
No dormía bien porque, además, tenía una especie de pánico vital relacionado con algo que estaba pasado en mi familia y me daba apnea del sueño, lo que significa que dejaba de respirar mientras estaba dormida (no te lo recomiendo).
Además retomé contacto con un [hombre] que me gustaba pero con el que ya había visto que no iba a funcionar y por alguna razón los dos nos empeñábamos en intentar ser “amigos”, lo cual era imposible y por lo tanto me desgastaba emocionalmente.
Pero llegó el año lunar nuevo (también conocido como año nuevo chino) y todo se aligeró.
Febrero
Fue un mes mucho más amable. Todavía tenía resabios de enero pero algo en el aire se sentía mucho más ligero, en todos los sentidos.
Pude dormir y descansar mejor, y en muchos sentidos parecía que veía la luz.
Dejé ir al susodicho (¡soy fan de esa palabra!) y aunque fue difícil, sobre todo al principio, resultó un triunfo para mí.
Sin embargo, toda mi energía estaba enfocada en mi demandante trabajo, en el que, después de más de 4 meses, por fin sentía que me estaba adaptando.
Marzo
Lo que más recuerdo de este mes fue que, unas semanas después, lo marqué como el momento en el que R y yo empezamos a hacernos amigos.
R estaba en mi equipo de trabajo y es una de esas personas frente a las cuales nadie puede estar indiferente.
A mí al principio me parecía muy pesado y me caía mal; estaba en total resistencia a su existencia (es decir, mi opinión de él era: No debería ser así, No debería trabajar aquí, No debería estar en mi equipo, No debería haber dicho eso).
Pero un buen día (de enero, creo) me di cuenta de eso y recordé que la resistencia solo lo hace todo más difícil, por lo que decidí aceptar, aceptar y aceptar.
Aceptar que era como era. Que estaba en mi equipo de trabajo. En resumen, que era mi realidad.
Spoiler alert: Todo se transformó. Yo cambié con él y me abrí para conocerlo, él cambió conmigo y nos hicimos amigos.
Funny how that works.
Abril
Mientras mi relación con R mejoraba y nuestra amistad se hacía cada vez más fuerte, yo empecé a sentirme mejor en ese trabajo.
Al principio sentía que no encajaba en lo más mínimo; de hecho, por momentos me sentía otra vez como en la escuela primaria y no entendía muy bien por qué, pero con él fui encontrando un espacio de pertenencia.
A finales de abril tuve una revelación (¡anagnórisis!) sobre mí misma, mi sistema nervioso y todo mi ser, patrocinado por mi mágica y hermosa amiga P.
En muchos sentidos me ayudó a entender por qué a lo largo de mi vida, desde la primaria hasta ese trabajo, no sentía que encajaba del todo.
Todavía no me siento lista para decir exactamente qué fue.
Tendrás que esperar a abril del 2020 para que te dé un par de pistas, pero definitivamente no fue algo pequeño. Fue brutal, nivel: los tres meses siguientes estuve en distintos niveles de crisis.
Pero crisis buena. (De hecho, hay quien dice que toda crisis es positiva, pero esa es otra historia).
Mi momento de anagnórisis ha sido, sin lugar a dudas, lo mejor que me ha pasado.
Notas:
Mientras escribo esto, noto que todavía tengo mucho dolor en mi ser con respecto a los primeros tres meses del año.
Quizá por eso no entré en tantos detalles como me hubiera gustado, o como suelo hacer en otras entradas de este tipo, pero si algo he aprendido es que lo más importante es ir a mi propio ritmo y respetar.
Todavía hay cosas que me parecieron muy fuertes en su momento y que, si bien ahora pienso que no fueron tan relevantes, etc., necesito respetar que, en general, el impacto de las cosas no se mide intelectualmente, sino a nivel emocional, en el cuerpo.
Por tanto, no importa tanto si algo me “parece” fuerte (en mi mente, o desde mi razón), sino cómo lo sintió mi sistema nervioso y cómo se vivió el trauma en mi cuerpo (y, por consiguiente, cómo no se ha procesado del todo).
A lo que quiero llegar es que uno no decide si un evento o situación tiene un impacto, es algo que pasa y tiene consecuencias, punto.
Esto podría parecer desalentador pero también me da la sensación de que genera espacio porque, si eres como yo, seguramente tiendes a pensar algo como esto:
Ay, POR FAVOR, no puedo creer que esto me haya afectado tanto, no debería ser así, realmente no fue nada. Estoy exagerando, amo el drama; es eso.
Si te sucede eso, te entiendo.
Seguramente hay varias personas alrededor tuyo que te dicen (o decían, cuando eras niño) lo mismo.
Pero vuelvo a lo mismo: si algo te afectó, no lo decidiste tú.
Aunque el 100% de las personas (que no son tú) opinen que no es fuerte, que no es importante, que deberías haberlo superado ayer, si te afectó te afectó. Y no es tu culpa.
Lo único que puedes hacer ahora es aceptarlo, reconocerlo, lidiar con ello, procesarlo, sanarlo, estar con lo que sientes y dejarlo ser.
Si regañarnos funcionara, ya no seríamos así, ya no nos afectaría nada.
But I digress.
Si te llama la atención, puedes ir haciendo recuentos de tu año para compartirlos en los comentarios, o para escribirlos para ti misma(o).
Por una parte siento que es pronto porque todavía no es diciembre, pero por otro lado siento que es tarde porque estoy acostumbrada a hacer el primero de estos recuentos en abril, el segundo en agosto y el tercero en diciembre, pero bueno.
Realmente creo que todo pasa en el momento adecuado, entonces henos aquí.